15.2.12

7 y media de la mañana. Incluso a esas horas las cosas empiezan a ir mal. El despertador tiene un sonido más chirriante que de costumbre. Estiras el brazo desde la cama para apagarlo, y tienes la mala suerte de golpear el vaso de agua, ese que dejamos en la mesilla "por si acaso". Y el despertador sigue sonando. Y el agua se extiende por el suelo de la habitación. "Lo fregaré cuando vuelva", piensas. Mentirosa, sabes que cuando vuelvas el agua seguirá ahí, esperándote. Te levantas de la cama, con cuidado para no pisar el agua y... ¡AY!... Caerte. Un claro ejemplo de cómo se va a desarrollar el día de hoy. "Bueno, no me he hecho demasiado daño", piensas. Mentirosa otra vez. Sabes que un poco más y no puedes mover el culo en toda tu vida. Pero tu dignidad te obliga a levantarte, a ir a la cocina y a prepararte un "gran" desayuno. Un zumo de piña y el primer plátano que te encuentras en la encimera. Vamos, igualito a las tostadas con mermelada y mantequilla y el gran vaso de café con leche que te preparaba tu madre. "Ya me echarás de menos cuando te vayas", decía. Cuánta razón. Si estuviera aquí, no tendrías que cerrar la puerta de la última habitación del pasillo con miedo a que alguien descubra el enorme volcán de ropa sin planchar que tienes encima de la cama. Y casi ni sabes cómo se abre la tabla de planchar. Vamos bien.


Cuando terminas tu desayuno, vas corriendo al armario, a ver que bonito trapito te pones hoy encima de tu "escultural" cuerpazo. Abres el armario y... ¡tachán! ¡Sorpresa! Nada nuevo, sigues con los mismos pantalones vaqueros limpios y el mismo polo que te compraste en Londres hace años. "Oh Dios mío, ¿qué me pondré hoy?", piensas con ironía. Por favor, sabes perfectamente dónde se encuentra el centro comercial, deberías ir. O deberías planchar. O deberías hacer las dos cosas, maja. Lo piensas mejor... ¿de verdad te atreverías a ir al trabajo así? Claramente NO. Preferirías salir a la calle con ropa sin planchar. Así que... ¡allá vamos! Una chaquetita de esas que parecen de hombre, unos leggins y unas botitas. Para que se vea la verdadera modelo que llevas dentro. Vas a la habitación, con la intención de hacer la cama. Pero algo te llama la atención... ¡el reloj! ¡Ya son las 8 y cuarto! "¿Cómo puede pasar tan rápido el tiempo?", piensas desolada. Cada día te pareces más a tu madre. En fin, vas corriendo al baño. Te miras en el espejo. "Quizá debería ir a la peluquería...". ¡Por Dios, no es momento para pensar esas cosas! ¡Vas a llegar tarde! Coges un gloss de esos que te dió tu hermana pequeña, de las revistas esas de adolescentes. "Para presumir hay que sufrir". Si supieras presumir, daría ese pensamiento por válido. Coges el primer bolso que encuentras por ahí y sales enseguida de la casa. Casi te caes por las seis escalerillas que te separan de la calle. ¡Por favor, mujer, que te matas! Vas a la parada del autobús, pero ves demasiada gente y prefieres quedarte detrás. "No estoy de humor como para entablar conversación con nadie". Bien pensado, amiga.


Y justo en ese momento, aparece al lado tuyo uno de esos hombres vestidos con traje que te hace pensar en lo diferente que es el mundo. Y sobre todo sus habitantes. Uno de esos hombres a los que la barba le queda divinamente. "Y tan divinamente". Ahora ya no te importa entablar conversación, ¿no? Listilla...
- ¡Uff! Parece que hace frío, ¿no crees?
Giras la cabeza lentamente, como si no puediera creer lo que acababa de suceder. ¡Ese hombre la había hablado! "Los milagros existen". Cada día das más miedo, chica. Esos pensamientos dan que pensar. Incluso a mí.
-Pues yo tengo calor.
¡Toma respuesta! Y que el otro lo interprete como quiera, ¿eh? Lo que decía: chica listilla.

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