-Estaba sola. Sola y prevenida ante lo que me pudiera pasar. Estaba asustada, lo admito. Aquel desierto totalmente negro era algo extraño, y el extremo silencio era algo irreal. En aquel lugar no existía el aire, ni la luz del sol. Era como si me hubiera perdido en pleno universo. Pero sabía que estaba en la Tierra, sentía la extraña seguridad de que estaba en casa. Sentía una gran necesidad de irme, y a la vez deseo de quedarme. Aquel lugar me inspiraba confianza e inseguridad al mismo tiempo. Empecé a andar, quería descubrir lo que había allí. Quise andar, pero mis piernas no contestaron a mi llamada; estaba atada, atrapada en aquel lugar.
Grité. Nadie respondió. Grité una segunda vez, y no obtuve respuesta. grité una tercera vez, y sentí un cálido y acompasado movimiento detrás de mi. Me dí la vuelta instintivamente, y me encontré cara a cara con una figura. No podía afirmar si era un ser humano real. Quizá fuera un producto de mi imaginación, aquella temible oscuridad y el inesperado silencio me estaban volviendo loca. Pero no, adelantó un paso hacia mi. No estaba segura de qué hacer, mi cuerpo estaba inmovilizado. Cuando estuvo a escasos centímetros de mí, sentí el peligro acechar mi mente. No supe porqué, no tenía porqué temer a aquel ser. Quizá me ayudaría...
O me mataría. Esa idea asaltó mi cabeza como un violento hachazo. Pero sabía que era la idea más concisa. Más clara.
Más probable.
Extendió el brazo con el puño cerrado. Lo miré y unos terribles dolores acudieron a mi cuerpo. La cabeza me estallaba, las venas se retorcían debajo de mi frágil piel. Estaba perdiendo las pocas fuerzas que me quedaban, con las que conseguía continuar recta y erguida. Poco a poco me fui derrumbando, delante de aquella figura que seguía impasible a mi sufrimiento. Acabé sentada en el suelo, mientras las ganas de morirme se iban haciendo más y más fuertes.
Entonces abrió la mano, y pude ver un gran trozo de madera, con una afilada astilla en la punta. Miré a lo que se suponía que debía ser la cabeza, y después a la madera otra vez.
Supe lo que quería decir. Sobraba en aquel sobrenatural lugar. Mis sufrimientos no eran aceptados en ese desierto de negrura. La verdad era dura, pero terriblemente verdadera. No lo pensé dos veces. Deseaba separarme de aquellos dolores que me atacaban.
Y lo hice.
Agarré la madera y sin ningún miramiento me la clavé en el centro de mi corazón.
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