-Estaba rodeada, totalmente rodeada por hombres ataviados con largas túnicas negras que no dejaban ver ni un solo milímetro de su cuerpo. Sólo se divisaban sus largos, afilados y brillantes dientes, algo no demasiado habitual en gente normal como yo. ¿Quienes serían aquellos tipos? ¿Qué querían de mí?
Estaba en un inmenso edificio parecido a una iglesia, con una gran cúpula de cristal en lo alto del techo y cruces clavadas por todas las paredes que formaban aquella sinuosa cárcel. ¿Qué significaba aquello?
La oscuridad era total, y era imposible que aquel tremendo frío que sentía en mis extremidades entrara por alguna parte. En ese momento llegué a vislumbrar una luz anaranjada en lo alto de la cúpula. Se movía, parecía una pequeña ardilla inquieta. Me pregunté si aquella cosa, fuera lo que fuera, sentiría también aquella opresión en el pecho que estaba empezando a desfigurarme por dentro. Me sentía sin fuerzas, aunque también repentinamente relajada. Mis ganas de salir de allí se volvieron incontrolables.
Cuando mis ojos comenzaron a acostumbrarse a aquella extensa negrura, pude fijarme con más detenimiento en aquellos hombres que continuaban de pie formando un círculo alrededor mía. Había al menos 20 hombres, todos con aquellas capas que ondeaban como si de fino lino se tratase. Me fijé en que eran de gran estatura, sin duda podrían derrumbarme con tan sólo ponerme un brazo encima. No les podía ver la cabeza, ya que una enorme capucha del mismo negro intenso que la túnica la tapaba. Esas capuchas hacían del rostro de los hombres un gran pozo, un pozo sin fondo y extremadamente oscuro. Volví a fijarme en los dientes, y por más que los miraba, menos convencida estaba de que aquellas personas fuesen seres humanos propiamente dichos. Pero ahora observé algo que antes había pasado por alto: en sus manos todos sostenían una daga.
Una daga. Sólo una daga, y estaba convencida de que no debía estar allí. Pensé con rapidez. Debía escapar, debía huir y buscar a alguien que me ayudase. Pero, ¿cómo saber dónde se encontraba la salida? De todas formas, aunque hubiera inentado escapar de verdad, no habría podido. Todos mis músculos estaban agarrotados, duros e inmóviles, como si fueran el duro granito que componía aquellas paredes.
Intenté gritar, pero también fue imposible. Mi lengua se había pegado al paladar como si fuera una simple pegatina. Tampoco podía emitir sonido alguno. Sentía en mi garganta una extraña sensación, como si tuviera un enorme cubo de hielo encajado.Intenté mover los pies, cuando me dí cuenta de que estaba atada con cadenas largas y oscuras, duras y resistentes. Me moví inquieta. Presentía que no me quedaba demasiado tiempo, presentía que aquellos tipos me harían daño. De hecho, con su silencio sepulcral ya me estaban reventando el pecho.
Entonces, uno de los hombres levantó el brazo como si fuera a detener algo, y comenzó mi calvario. Empezaron a salir pequeñas gotas de sangre por mis ojos, como si estuviera llorando. ¿O estaría llorando realmente? No sé, no podía sentirlo ...
Sentía mi sangre encajarse en mis venas como si una cuerda estuviera presionando mi brazo para evitar su paso. Mis piernas empezaron a flaquear, como si fueran simples palos de gelatina. Sentía mi corazón pelearse con el resto de los órganos dentro de mi cuerpo. Y gracias a eso el enorme nudo que tenía en la garganta se deshizo y pude hablar.
"¡Por favor, ayuda!", grité a esos hombres, impasibles ante lo que me estaba sucediendo.
¿¡Pero qué les pasa!? ¿¡No ven que me estoy muriendo dolorosamente!?
"¿Me queréis matar, verdad?", me atreví a preguntar. Ya no estaba asustada, ya me daba igual lo que aquellos hombres me harían. Tarde o temprano, me iba a morir.
El mismo hombre que antes levantó el brazo se fue aproximando lentamente hacia mí, haciendo que su capa ondeara armoniosamente por encima del suelo. Se detuvo en seco frente a mí, y descubrió del todo el brazo que sostenía la daga.
Tenía una gran cicatriz, y el brazo completamente "vacío", como si le hubieran quitado todo lo que tenía dentro y no quedara más que la fea y sucia piel exterior. Fue entonces cuando lo supe, supe que mi vida llegaba a su fin en medio de aquel terrible escenario. Supe que nunca volvería a ver a nadie, supe que nunca más podría saludar a mi madre, a mi padre, a mi familia. Supe que nunca volvería a oir latir mi corazón, nunca podría sentir mi sangre circular libremente por mis venas. Nunca podría sentir mi respiración acompasada fluir por mi nariz. Nunca podría abrir mis ojos, mi boca, mis manos. Nunca más tendría oportunidad de moverme. Nunca más podría llorar, reír, gritar...Presentía que se acercaba el momento, estuve a punto de gritarle que lo hiciera ya, que dejara de observar cómo me desangraba por los ojos, cómo se empezaban a separar las capas de mi piel, cómo se producían innumerables rajas por mi cuerpo dejando ver mi interior, totalmente descompuesto.
Y lo hizo. Clavó su daga en el mismo centro de mi corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario