Aquella noche no podía dormir, así que me puse a contar estrellas y, al final, acabé como siempre: pensando en ti. En tu mirada dulce y despreocupada. Juro que vi tus ojos en el firmamento, justo delante de la ventana de mi habitación. Pero, realmente, era lo único que me faltaba para ser completamente feliz aquella noche: tu mirada, y la sensación de que estabas conmigo. Con mis ojos cerrados y una taza de café caliente en mis manos, me puse a recordar todos los momentos vividos, todas las experiencias pasadas, todos los abrazos sin fin, todas las lágrimas rotas. Hasta pude sentir la calidez y el roce de tus manos sobre las mías. También recordé tus dedos deslizándose entre mi pelo, y sentí esa sensación otra vez. Esa sensación de que tú estabas aquí, conmigo.
Y de repente, un globo entró por mi ventana. Pero no venía solo: un sobre le acompañaba. Me dio en la frente, y dejó tras su golpe un cosquilleo inexplicable. Cogí la carta, la abrí, y pude leer en un trozo de pergamino:
"Yo siempre estaré contigo. Estés donde estés, hagas lo que hagas, pienses lo que pienses. Porque te amo."
Después de leerlo, lo guardé en su sobre y me dediqué de nuevo a observar las estrellas, esta vez con la afirmación de que las dos estrellas más brillantes, más preciosas, eran tus ojos. Porque tú siempre estarás conmigo.
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