(...) Cerró los dientes sobre su garganta y mordió profundamente. Advirtió al momento que no lo hacía como era debido. No había alcanzado una arteria o una vena. Atacó la garganta, furiosa ante la propia inexperiencia. Resultaba satisfactorio morder algo, pero no salía demasiada sangre. Contrariada, alzó la cabeza y volvió a morder, sintiendo que el cuerpo de él daba una sacudida de dolor.
Mucho mejor. Había encontrado una vena esta vez, pero no la había desgarrado lo suficiente. Un pequeño arazaño como aquel no serviría de nada. Lo que necesitaba era desgarrarla por completo, para dejar que la suculenta sangre calienta saliera a borbotones.
Su víctima se estremeció mientras ella trabajaba, los dientes arañando y royendo. Empezaba a sentir cómo la carne cedía cuando unas manos tiraron de ella, alzándola desde atrás. (...)
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