Bonito día soleado. Hemos vivido muchos días parecidos a este. ¿Recuerdas?
Aquella primera cita, en la que me sorprendiste con un precioso ramo de rosas rojas y frescas, y aquella poesía que todavía hoy hace que mi corazón retumbe con fuerza en mi pecho. Aquel primer paseo cogidos de la mano, con la luz anaranjada del tardío atardecer bañando nuestra piel de ese característico calor veraniego. Aquella sonrisa de la que yo era culpable, aquella risa rimbombante que fluía por mis oídos como música clásica y primaveral. Aquel primer beso, en el que tu cálido y acompasado aliento rozaba las palabras que amenazaban con salir de mi boca, interrumpiendo aquel momento mágico y digno de recordar. Aquella primera carta enviada a altas horas de la noche, leída por mí bajo la blanquecina luz de la luna y poco después empapada con esas pequeñas lágrimas que salieron de mis ojos sin que yo pudiera evitarlo. También recuerdo aquel primer trabajo. ¡Conseguiste trabajo! Al fin podrías cumplir tu sueño de comprarte un gran coche con el que pasear por las orillas de aquella paradisiaca playa que deseabas visitar. Yo también me puse a trabajar para que, entre tu dinero y el mío, pudiéramos comprar ese coche que te haría tan feliz. Tu felicidad era mi felicidad, ¿recuerdas? Recuerdo que, después de mucho esfuerzo, conseguiste cumplir tu sueño. ¡Tu primer coche! Con los requisitos que tu deseabas: descapotable para poder ver el luminoso sol por el día y las fulgurantes estrellas por la noche, una gran radio para poder oír tus canciones favoritas, asientos que te recordaran a los sillones que había en aquella casa en la montaña, donde pasaste gran parte de tu ahora marchitada infancia. Recuerdo aquella fiesta de celebración, en la que reunimos a todos nuestros amigos, y en la cual me regalaste aquel precioso anillo de diamantes que brillaba incluso en la oscuridad de la noche. Recuerdo también, sin embargo, la vuelta a casa. Estabas preocupado por las horas que eran, principal causante de la inminente regañina de tus padres que sabías que iba a suceder. Recuerdo aquella carretera, mojada por la lluvia invisible que brotó de las nubes inesperadamente. Recuerdo aquella curva. Recuerdo aquel impacto sobrenatural. Recuerdo el terrible golpe que te diste en la cabeza con la parte superior del volante. Recuerdo mis gritos, mis súplicas para que alguien generoso y bondadoso nos ayudase a salir de ese infierno. Recuerdo a aquella familia que nos ayudó, que llamaron a la ambulancia para que te vinieran a recoger. Recuerdo aquel viaje hacia el hospital más cercano, con los médicos observando detenidamente cada parte de tu cuerpo para localizar más daños, además de los evidentes. Recuerdo aquella camilla que te transportaba a uno de los quirófanos de urgencias. Recuerdo la cómoda silla de ruedas con la que me retiraron a una sala de espera atestada de gente. Recuerdo aquel médico con cara de abatimiento que me vino a comunicar algo después de tres horas interminables. Recuerdo las palabras exactas: "Su novio ha muerto, señorita Gilbert". Recuerdo mi nublada vista, mi tamborileante cabeza, mi doloroso corazón.
Recuerdo aquellos dos días en los que pasaron muchas cosas. Llamaron a tus padres para comunicarles la terrible noticia. También recuerdo ese entierro, ese entierro en el que preferí que fuera mi nombre el que estaba escrito en la oscura tumba, y no el tuyo. Recuerdo mis lágrimas brotar y chocar contra la tapa dura de tu elegante lápida. Te dibujaron un pequeño coche, ¿sabes? Para recordar tu gran ilusión, la que te mantuvo ocupado los últimos días de tu vida. También deposité una rosa, una rosa roja, para que recordaras nuestro primer día. Aquel primer día en el que todo empezó.
Bonito día soleado. Lástima que tu no estés a mi lado para poder ver este atardecer, que a ti tanto te gustaba.
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