15.2.12

Creí que le había olvidado. En mi soledad le odiaba a más no poder. Cualquier recuerdo suyo fue borrado de mi mente. Todas las cartas, todos los estúpidos corazoncillos, todas las flores, todas las fotos. Todo, absolutamente todo lo que me recordaba a él, estaba hecho cenizas. Todo quemado, sin ningún mordimiento. No me importaba lo que le pasara. No sentía lástima por él, ni dolor por lo que me había hecho.
Pero aquí estoy otra vez, en medio de este bosque. Mi reloj de pulso indicaba que eran las 3:16 ... ¿Qué hacía yo allí a esa hora, manchada de barro, con el polvo de la tierra penetrando en mis ojos?
Muy fácil; intentar olvidarle de verdad. Siempre lo había intentado, pero nunca jamás lo había conseguido. Me engañé a mi misma, confiando en que la luz de sus inconfundibles ojos se apagaría en mi mente. Confiando en que había borrado de mi piel todas sus huellas. Confiando en que su perfume no se incluyera en mi lista de olores naturales. Confiaba, intentaba confiar.
Pero no podía.
Pero, ¿a mi qué me debería importar haberle visto con esa tía? ¿Qué me importaba haberle visto besándose con otra que no era yo? ¿Qué me importaba haber visto esa cara de felicidad, esa sonrisa? Se suponía que no me debería importar nada. Pero me importaba más que mi propia vida.
Y es por eso por lo que estoy en este bosque. Por eso estoy esperando al peligro. Por eso me da igual estar sentada entre hierbajos, a oscuras, y con mi reloj marcando ahora las 3:21.
Me estaba mareando. Todo daba vueltas a mi alrededor, incluido el siniestro lago que había a mi derecha. Me tumbé allí, ignorando el suave susurro de los numerosos insectos. Recé para que se me pasara esa calamitosa sensación. Me di la vuelta, y me quedé quieta con la vista directa al lago oscuro. Eso era lo único que no se movía ahora, el lago. ¿Por qué? ¿Por qué ese viejo y marchito lago me daba aquella sensación de paz? ¿Por qué me hacía olvidar todos mis dolores, mis sufrimientos?
Entonces divisé algo. Algo que no debería estar ahí. Ahora sí estaba presintiendo el peligro. El deseo de matar. La sed de sangre.
"Ahora si que estás loca de remate", me dijo una voz en mi cabeza. Quise hacerla caso, quise creer que aquello era tan solo un producto de mi imaginación. Pero estaba cansada de engañarme más. En el fondo de mi mente sabía que seguir allí quieta era firmar mi sentencia de muerte.
"Vete. Corre ahora que puedes", me advirtió mi propia consciencia. Me moví, me levanté un poco, y me apoyé sobre mi propio codo. Me estaba haciendo daño, pero no deshice esa postura. Aquella cosa se acercó. Tenía forma de hombre, pero ¿porqué percibía presencia animal? ¿Porqué podía oler sangre en su rostro?
Se acercó más.
No, sin duda era una persona. Un ser humano, al menos. Pero seguía teniendo esa sensación de acecho animal... Esa mezcla de sangre, sudor y muerte.
Se acercó mucho más, hasta quedar a solo unos metros de mí. Pero eso fue suficiente para poder verle la cara. Y entonces deseé correr y escapar de ese infierno con todas mis fuerzas.
Allí estaba él. Era él, sus ojos brillaban con una fuerza fuera de lo normal. Pero no era lo único en su cara que brillaba.
Colmillos. Largos y afilados colmillos empapados de sangre. Sangre...
"No esperes más. Corre. Corre ahora que estás viva". Estúpida voz. ¿Cómo que "ahora que estás viva"? ¿Qué significaba eso? ¿Me iba a matar?
"Si", dijo una voz. Pero esa voz era distinta a la de mis pensamientos.
Estaba cargada de furia. Odio y furia. Sangre, odio y furia. Él había hablado, y tuve miedo.
¿Qué le pasaba? ¿Porqué hablaba así? ¿En qué se había convertido?
"Vampiro". Mi voz particular estaba asustada. Quise reírme de su idea, pero no me salía ni aire. Quise decirla que eso era mentira, que no podía ser. Que esas cosas no existían. Pero en lo más profundo sabía que era cierto lo que había dicho. Era cierto... Él se había convertido en un monstruo, en un maldito monstruo.
Parecía que el miedo me daba fuerzas. El terror me aportaba energía. Me levanté y corrí.
Corrí como si mi vida dependiera de ello. Qué irónico, era cierto...
Pero la idea de morir aquella noche fue como un violento puñetazo que me derrumbó y me transportó a lo más hondo del abismo de mis pensamientos. Mis fuerzas se agotaron por última vez. Él estaba a centímetros de mí. Podía sentir su agitada respiración cargada de excitación y deseo de mi sangre. Le miré a los ojos, y los recuerdos me asaltaron.
No podía más. Quería morir. Y si me mataba él, mejor. Quería volver a sentir sus labios sobre mi cuello, aunque fuera por última vez. Él me miró, y pude sentir que algo cambiaba. Detecté una pizca de amor en aquellos ojos negros como el carbón.
"Por Dios, que estupidez...", pensé.
Pasó una mano por detrás de mi cabeza, atrayéndome hacia él. Primero me besó. Me besó mientras las lágrimas resbalaban inevitablemente por mis mejillas. Fue un beso extraño. Podía sentir como la sangre de su boca se mezclaba con las lágrimas que estaban llegando a la mía. Pero pude sentir que no tenía el mismo significado para él que para mí. Él tomaba aquello como un aperitivo, como un adelanto de lo que iba a suceder en breve. Yo lo tomaba a modo de despedida.
Era raro. La última persona a la que quería ver sería la primera que me vería muerta. De hecho, él mismo me mataría. Era raro, sin duda. Raro y triste.
Sentí como su lengua trazaba el recorrido hacia mi garganta. Se detuvo allí, esperando a que dijera algo que le hiciera detenerse. Pero no lo hice.
Y mordió. Desgarró mis venas con aquellas navajas que tenía por dientes. Largas y afiladas navajas, deseosas de matar y desgarrar.
Sentí mi propia sangre fluir por aquellos dos hondos agujeros que se habían hecho ahora en mi cuello. Sentía su hambre, sus ganas por más. Mi vista se nublaba, mis brazos se desplomaban. Mi respiración se agotaba.
Y antes de que cerrara finalmente los ojos, pude ver su cara. Ahora, además de sangre, había lágrimas. Lágrimas... Pero no pude preguntarme por qué lloraba. Mis ojos pesaban más y más. Y justo antes de irme para siempre, pude leer en sus labios un "Te quiero".
Y entonces, me fui.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

.