Era enero y llovía. Los charcos y las hojas caídas de los árboles convivían en perfecta armonía, felices y ajenas a todo dolor humano que habitaba en aquel pequeño pueblo a las afueras de la ciudad de Londres. Aquella zona resultaba tranquila y en ocasiones incluso aburrida comparada con la capital, donde el ajetreo, las prisas y el movimiento siempre estaban presentes. En aquella zona alejada vivía Cathy. Cathy vivía de sueños, respiraba ilusiones y suspiraba recuerdos. La mayoría de las tardes lluviosas como aquella solía sentarse delante de la ventana para contemplar cómo las gotas caían de su pequeño porche mientras se trenzaba su larga melena pelirroja casi inconscientemente. Porque ella no necesitaba nada más, y a veces incluso le sobraba. Cathy amaba leer, era una de las cosas que más amaba en el mundo. Su mente formaba magníficos escenarios y representaba casi perfectamente las historias que leía con el espíritu que el libro intentaba transmitir. En la habitación de Cathy sólo había una cama de forja con doseles y miles de estanterías llenas de hojas encuadernadas que transmitían felicidad por cada uno de sus recovecos. Todas las historias transmitían algo a Cathy: la alegría de una victoria, la tristeza de un desamor, la desolación de una pérdida, la angustia de una discusión y el calor de un beso.
Cathy vivía de sueños.
No necesitaba nada más.
precioso :)
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