Pero esa noche fue distinto. Esa noche de 30 de septiembre todo cambió.
Y donde solía haber un gato callejero esta vez había una niña. Una niña pequeña, de pelo rubio largo y enmarañado, cubierta con harapos oscuros. Estaba allí, apoyada en la pared con las rodillas encogidas y sujetadas por sus propias manos, mientras que su cabeza estaba totalmente inclinada, haciendo que su barbilla tocase su huesudo y débil pecho. En un principio supuse que se trataba de alguna niña que mendigaba en busca de algo que llevarse a la boca y que calmara su pequeño estómago, pero algo me atraía hacia ella, algo extraño, algo casi sobrenatural.
-¿Estás bien?-le pregunté. Ni siquiera sabía si podría oírme, pero no estaba de más intentarlo.-¿Necesitas ayuda?
La niña no se movió. Allí seguía ella, hecha un ovillo junto a los contenedores.
Pasé un buen rato esperando alguna respuesta, algún ruido que me indicara que aquella niña estaba por lo menos viva, pero la espera no dio los resultados esperados. Haciendo caso a mi instinto, decidí seguir con mi camino, pero antes de que pudiese mover un pie, una voz gutural salió de la boca de la niña:
-Deberías irte.
Pensé en decirle que era curioso porque era precisamente lo que estaba a punto de hacer, pero algo en aquella voz, en vez de alejarme de aquella niña, me atrajo más a ella.
-¿Por qué?
Noté un pequeño movimiento en el pelo de la niña. Estaba moviendo la cabeza.
-Porque estás en peligro.
No me podía explicar cómo de una niña tan pequeña y tan menuda podría salir aquella gutural y bruta voz. Nada de aquello me pareció demasiado serio, quizá la niña tenía ganas de jugar para recuperarse un poco de aquella terrible soledad.
-¿Por qué estoy en pelig...
Y después de eso todo pasó muy rápido. La niña levantó la cabeza con una rapidez casi inhumana dejando ver unos grandes ojos rojos y una boca desproporcionadamente grande rellena de dientes afilados. Era espeluznante esa mezcla de niña pequeña y buena y monstruo que pude divisar en el corto período de tiempo que tardó en abalanzarse sobre mi. Me empujó al suelo, se apoyó en sus dos pequeñas piernecitas aprisionándome y me sujetó las muñecas por encima de mi cabeza. A continuación, bajó su enrome mandíbula hacia mi oreja derecha y susurró esa palabra, esa orden que jamás podría olvidar:
-Corre.
Tan pronto como terminó de hablar, levantó sus piernas, dejándome un pequeño hueco para escapar. Hueco en el que vi mi salvación y por el que me precipité a escapar de aquella especie de infierno incierto.
Y corrí, y corrí, tal y como la "niña" me había ordenado.
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Sigo recordando cada detalle de aquella espeluznante noche de hace casi 15 años. A partir de entonces nunca he sido la misma. Siempre me ha costado conciliar el sueño por las noches, e incluso hablar con otras personas. Y es por eso por lo que ahora estoy aquí, ingresada en este pabellón de paredes blancas lleno de esquizofrénicos y suicidas. Todos esperan mi recuperación. Todos me miran como si con su mirada pudieses transmitirme energía para salir de aquí.
Pero yo sólo veo una mirada. Una mirada de pupila roja.
Quién sabe, quizá aquella niña me sentenció en esta vida para siempre.
Aunque a lo mejor gracias a ese "corre" puedo contaros esto.
Corre.
Te diré que es la primera vez que me paso por tu blog pero creo que lo voy a hacer más a amenudo. :)
ResponderEliminarVaya entrada, sin palabras *-*
Te diré que es la primera vez que me paso por tu blog pero creo que lo voy a hacer más a amenudo. :)
ResponderEliminarVaya entrada, sin palabras *-*
Te diré que es la primera vez que me paso por tu blog pero creo que lo voy a hacer más a amenudo. :)
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